
El tiempo de las revoluciones y utopías es el que se pretende acabado, en definitiva, esa historia con consciencia de esperanza colectiva para mucha gente. En adelante, ya toda posible revolución estará al margen del devenir histórico y el futuro sin anhelo, esfumado, en la medida que ya no se vislumbra nuevo y envejece. Así, el tiempo ya no es más que un limitado ritmo cotidiano de eterno presente donde lo substancial de la vida es la repetición y las aparentes 'novedades' vienen determinadas por el contenido de la programación televisiva. Es tras lo que se lanza mucha gente cuando durante el día cae un periódico en sus manos: la sección televisiva a la búsqueda de un orden mínimo -tiempo- con un ocio resuelto donde se exalta lo imaginario frente a la realidad. Y así un día tras otro, con el tiempo desaparecido por la reiteración incesante de lo inmutable.
Sin la solidez de unos buenos asideros psicológicos, el individuo de hoy día se busca en la seguridad de lo privado y familiar hasta el punto de reconocer que vivimos la época más asocial y apolítica del hombre y donde el propio poder está interesado en la desactivación del tiempo, de lo colectivo y la historia como condición para la política sin alternativas que pretende. Los programas gubernamentales se proclaman ciencia natural y gobernar es aplicar la incontrovertible razón económica de la que el ciudadano escucha su lenguaje hermético sin entenderlo, o por el que se resuelve a invertir en un mercado bursátil para ser víctima de fluctuaciones y hecatombes financieras que en ningún caso entiende ni controla. También es la filosofía del juego que lo invade todo, pero con un azar que pretendemos controlado y susceptible de responder a nuestras cábalas racionales. Hay un inagotable sueño de fortuna, un anhelo desmedido de ser agraciado en loterías y concursos. La cotidianidad actual está repleta de deseo, de imaginación frustrada y en estos ámbitos de espera permanente, como en los sueños, el tiempo tampoco existe para nada.
A las puertas del tercer milenio, y con el final de un tiempo cuya representación ha sido peculiar de la sociedad occidental desde la antigüedad, volvemos a sentir promovida la noción bastarda del tiempo arcaico y cíclico de las sociedades primitivas. Es por la gran rehabilitación actualizada del rito y lo sagrado en nuestros días de mundo tecnológico y consumista. Acabamos el verano y empezamos a escuchar cosas de navidad; en plenas navidades ya hay convocatorias diversas para el carnaval y luego Semana Santa, los 'puentes', romerías, comienzos de liga... y así cíclicamente todas las estaciones del año. Repetimos la vida, que no es otra cosa que repetir el tiempo, ritualizarlo, pero sin el sentido profundo de las sociedades antiguas cuando, entre otras cosas, no había el miedo solitario a la muerte, ni un corazón podía llegar a ser una piedra interminable.
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