JUAN ANTONIO NICOLÁS JOCILES

Tuesday, January 23, 2007

Jóvenes de luna

DESDE la mítica década de los sesenta en el siglo pasado, la juventud se convirtió en envidiable paradigma de todas las facetas de la vida. Aquella mocedad primigenia salió al mundo convencida de que para cambiarlo, había de promover también novedades en la conciencia individual y psíquica. Por eso Herbert Marcuse fue tenido por profeta en la medida en que habló de lo revolucionario no sólo en términos de civilización, sino también en los de Eros. Entonces, la almibarada palabra 'juventud' se convirtió en la más útil sinécdoque para definir a toda la población de una edad por los rasgos del segmento más protagonista, fundamentalmente urbano, desafiliado y estudiantil. Hoy día, sin ningún afán comparativo de ver quien intentó más lo absurdo para conseguir lo imposible, no hay vestigios ya en los jóvenes de veleidades de cambio en la experiencia individual ni propuestas de alternativas sociopolíticas aunque fueran candorosamente utópicas. Pero sigue intacta en los términos más idealizados de su historia la noción de juventud con la que se reviste a las sucesivas generaciones nuevas. La sociedad vive en la inopia de lo juvenil y la sumisión a su mito. Por eso sigue habiendo no sólo discursos, sino también trabajos estadísticos que realimentan interesadamente la leyenda de una mocedad sana, solidaria y sobradamente preparada. A ras de suelo, sin embargo, palpitan otras resonancias menos joviales.
Perseverar en nociones idílicas -que en este caso además revisten forma de hijos- impide reconocer posibles fracasos. Pero hay un panorama real que ya está más allá del optimismo y merece profunda atención. La influencia del ámbito familiar, con sus desmembraciones y su realidad monoparental, pero también su atmósfera derivada de la simple yuxtaposición de personas y sus mundos aislados con muchas carencias comunicacionales; el modelo de familia nuclear sólo existe en el 45% de los hogares de jóvenes. El impacto fisiológico y psíquico de las muchas horas desde la infancia consumiendo imágenes de medios de comunicación que luego redunda en menoscabo de aptitudes intelectuales; el interés por la lectura de medios impresos no supera el 14% entre los jóvenes de 15 a 29 años. La escasez de perspectivas laborales que eleva hasta el 70% de estos jóvenes a la dependencia económica de sus padres. En el presente año, no menos de nueve mil chicas entre 15 y 19 años interrumpirán un embarazo no deseado en el que la ignorancia juega un papel determinante. La vulnerabilidad de los jóvenes ante la publicidad, junto a la sublimación expresiva que representa el consumo, los hace ávidos de gastos y maniáticos de las marcas y sus imágenes, muchas veces con el esfuerzo y hasta el quebranto de las economías familiares. Capítulo aparte merecería la educación, donde apenas habría que forzarse para defender la realidad de su crisis y la cuestionable solvencia de sus planes en la formación de los jóvenes: hay una pérdida general de conocimientos, una propensión al poco esfuerzo, unos niveles alarmantes de fracaso escolar a pesar de los dispositivos de camuflaje del fenómeno, un incremento de la indisciplina y en ámbitos más bien urbanos hasta de la violencia manifiesta, y un esfuerzo poco exitoso en cuanto a transmisión de valores por parte de los educadores (casi un tercio de los jóvenes considera a la inmigración perjudicial desde un punto de vista racial) Los menguantes niveles de participación política, visibles, por ejemplo, en la abstención electoral de los jóvenes cuyos porcentajes duplican la media nacional. Los crecientes fenómenos de anorexia, bulimia y procesos depresivos. Los botellones, con todos los riesgos y alardes derivados de la ingesta de alcohol; a los 16 años todos los jóvenes lo han probado y un 50% lo consumen con cierto hábito. El único tramo de edad cuya esperanza de vida está acortándose es el comprendido entre 15 y 24 años donde como primera causa de muerte figura la conducción en estado de embriaguez y en segundo lugar el suicidio. El trasnoche supone otro fenómeno cuyos eventuales trastornos fisiológicos y de conducta merecerían más atención de la que tienen.
Con todo, el rasgo de los jóvenes más perdurable en el tiempo lo constituye la propia percepción de ser más 'auténticos' que los adultos, generalmente por la importancia que dan a simplificar los parámetros de la vida, a la huida de lo complejo, en parte por la incapacidad y el desasosiego que les suscita encararse a él, y en parte por la convicción idealista y satisfecha que tienen de la convivencia en sus pandillas y grupos primarios. Se complacen en 'lo auténtico' a través de lo simple por el modelo vital que implícitamente propone ese cine tan exitoso para ellos donde todo el argumento se reduce a puros impactos y efectos especiales. El vértigo de los protagonistas de celuloide es el modelo para la propia realidad sucedánea que hay que hacer apasionante a toda costa. No hay guión, sólo sucesión de imágenes, lo mismo que en la vida de muchos jóvenes. De este sustrato vivo se pretende eterna existencia de una naturaleza juvenil que no cabe en el cuerpo y que pugna continuamente por plasmarse en cosas parecidas a eso que una vez se llamó 'contracultura'. Pero mucho de lo que hoy vemos en la mocedad, lejos de ser idiosincrasia jovial, resulta el producto de grandes carencias en referentes éticos, normativos y educacionales. Pero sólo queremos ver la faz esbelta, el continuo aire en flor de los jóvenes, como una estrella o un espejo interminable de los limoneros de luna.

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