TRIBUNA EXTREMEÑA

JUAN ANTONIO NICOLÁS JOCILES

Tuesday, January 23, 2007

Jóvenes de luna

DESDE la mítica década de los sesenta en el siglo pasado, la juventud se convirtió en envidiable paradigma de todas las facetas de la vida. Aquella mocedad primigenia salió al mundo convencida de que para cambiarlo, había de promover también novedades en la conciencia individual y psíquica. Por eso Herbert Marcuse fue tenido por profeta en la medida en que habló de lo revolucionario no sólo en términos de civilización, sino también en los de Eros. Entonces, la almibarada palabra 'juventud' se convirtió en la más útil sinécdoque para definir a toda la población de una edad por los rasgos del segmento más protagonista, fundamentalmente urbano, desafiliado y estudiantil. Hoy día, sin ningún afán comparativo de ver quien intentó más lo absurdo para conseguir lo imposible, no hay vestigios ya en los jóvenes de veleidades de cambio en la experiencia individual ni propuestas de alternativas sociopolíticas aunque fueran candorosamente utópicas. Pero sigue intacta en los términos más idealizados de su historia la noción de juventud con la que se reviste a las sucesivas generaciones nuevas. La sociedad vive en la inopia de lo juvenil y la sumisión a su mito. Por eso sigue habiendo no sólo discursos, sino también trabajos estadísticos que realimentan interesadamente la leyenda de una mocedad sana, solidaria y sobradamente preparada. A ras de suelo, sin embargo, palpitan otras resonancias menos joviales.
Perseverar en nociones idílicas -que en este caso además revisten forma de hijos- impide reconocer posibles fracasos. Pero hay un panorama real que ya está más allá del optimismo y merece profunda atención. La influencia del ámbito familiar, con sus desmembraciones y su realidad monoparental, pero también su atmósfera derivada de la simple yuxtaposición de personas y sus mundos aislados con muchas carencias comunicacionales; el modelo de familia nuclear sólo existe en el 45% de los hogares de jóvenes. El impacto fisiológico y psíquico de las muchas horas desde la infancia consumiendo imágenes de medios de comunicación que luego redunda en menoscabo de aptitudes intelectuales; el interés por la lectura de medios impresos no supera el 14% entre los jóvenes de 15 a 29 años. La escasez de perspectivas laborales que eleva hasta el 70% de estos jóvenes a la dependencia económica de sus padres. En el presente año, no menos de nueve mil chicas entre 15 y 19 años interrumpirán un embarazo no deseado en el que la ignorancia juega un papel determinante. La vulnerabilidad de los jóvenes ante la publicidad, junto a la sublimación expresiva que representa el consumo, los hace ávidos de gastos y maniáticos de las marcas y sus imágenes, muchas veces con el esfuerzo y hasta el quebranto de las economías familiares. Capítulo aparte merecería la educación, donde apenas habría que forzarse para defender la realidad de su crisis y la cuestionable solvencia de sus planes en la formación de los jóvenes: hay una pérdida general de conocimientos, una propensión al poco esfuerzo, unos niveles alarmantes de fracaso escolar a pesar de los dispositivos de camuflaje del fenómeno, un incremento de la indisciplina y en ámbitos más bien urbanos hasta de la violencia manifiesta, y un esfuerzo poco exitoso en cuanto a transmisión de valores por parte de los educadores (casi un tercio de los jóvenes considera a la inmigración perjudicial desde un punto de vista racial) Los menguantes niveles de participación política, visibles, por ejemplo, en la abstención electoral de los jóvenes cuyos porcentajes duplican la media nacional. Los crecientes fenómenos de anorexia, bulimia y procesos depresivos. Los botellones, con todos los riesgos y alardes derivados de la ingesta de alcohol; a los 16 años todos los jóvenes lo han probado y un 50% lo consumen con cierto hábito. El único tramo de edad cuya esperanza de vida está acortándose es el comprendido entre 15 y 24 años donde como primera causa de muerte figura la conducción en estado de embriaguez y en segundo lugar el suicidio. El trasnoche supone otro fenómeno cuyos eventuales trastornos fisiológicos y de conducta merecerían más atención de la que tienen.
Con todo, el rasgo de los jóvenes más perdurable en el tiempo lo constituye la propia percepción de ser más 'auténticos' que los adultos, generalmente por la importancia que dan a simplificar los parámetros de la vida, a la huida de lo complejo, en parte por la incapacidad y el desasosiego que les suscita encararse a él, y en parte por la convicción idealista y satisfecha que tienen de la convivencia en sus pandillas y grupos primarios. Se complacen en 'lo auténtico' a través de lo simple por el modelo vital que implícitamente propone ese cine tan exitoso para ellos donde todo el argumento se reduce a puros impactos y efectos especiales. El vértigo de los protagonistas de celuloide es el modelo para la propia realidad sucedánea que hay que hacer apasionante a toda costa. No hay guión, sólo sucesión de imágenes, lo mismo que en la vida de muchos jóvenes. De este sustrato vivo se pretende eterna existencia de una naturaleza juvenil que no cabe en el cuerpo y que pugna continuamente por plasmarse en cosas parecidas a eso que una vez se llamó 'contracultura'. Pero mucho de lo que hoy vemos en la mocedad, lejos de ser idiosincrasia jovial, resulta el producto de grandes carencias en referentes éticos, normativos y educacionales. Pero sólo queremos ver la faz esbelta, el continuo aire en flor de los jóvenes, como una estrella o un espejo interminable de los limoneros de luna.

Wednesday, January 17, 2007

Mar de palabra

«Ya todas las palabras resuenan en un ámbito cerrado» (Justo Jorge Padrón) LAS palabras pueden reducirse hasta una sombra fúnebre, rebasar el mundo que designan y perderse como un eco vacío e inútil en la verborrea sideral de los políticos. Entonces el mundo se vuelve más ciego y pequeño y los residentes de a pie comprobamos que, como en el Macondo original de García Márquez, para nombrar a muchas cosas tendremos que señalarlas con el dedo, pero esta vez porque sus nombres se han perdido irremisiblemente. Pero no es lo mismo señalar un río, una montaña o una cafetera que tener que vérselas con la niebla que ha quedado donde antes estaba la palabra libertad, o paz, o lucha contra la violencia. Cuantas menos palabras queden para invocar el mundo terrorista y hacerles frente todos a una con un vocabulario claro, más espacio quedará para la acción de los explosivos, las pistolas y las extorsiones, artilugios y acciones que apenas necesitan una palabra simple. Adviértase la parquedad de léxico en ETA, sus escuetos comunicados, su pobreza verbal (ha tenido que recurrir al concepto de muertos colaterales usurpado -¿es más que una coincidencia!- del ámbito neomilitarista de la guerra preventiva y los bombardeos quirúrgicos).
Si un sistema democrático está basado en el diálogo quiere decir que está basado en la palabra, por lo tanto no es algo que vaya con los terroristas ni sus mamporreros. En la medida que dilapidemos las palabras que pueden conciliarnos a los que estamos al otro lado de esta maldad, iremos perdiendo sustrato democrático y alentando ilusión de legitimidad en las acciones y exigencias de la banda.
En la calle percibimos claramente quién es el enemigo y, fuera de él, ni siquiera debiera haber adversarios. ¿A qué viene esta guerra de palabras en un paroxismo para que el aliado quede mudo y le resulte difícil definir lo que hace en aras de la paz? ¿Dónde pondremos palabras como pacto, lucha antiterrorista, diálogo, víctimas, proceso, tregua, basta ya, atentado? Pretender que las palabras sirvan sólo para mi verdad y desdigan la del adversario complaciéndome en una cosmovisión intolerante y excluyente del terrorismo y su final se pretenderá muy lúcido para lo que sea pero no para la democracia ni para acabar con ETA. No puede ser que lo más oportuno que un día acordaron los dos partidos mayoritarios de este país, a saber, que el terrorismo no formara parte de las controversias electorales, se conculque miserablemente desde la hora siguiente de dicho pacto, retorciendo palabras, mareando expresiones, abusando de la eufonía de los nombres Hay algo perverso que debe provenirnos de nuestras insuficiencias democráticas para creer, en una derivación del refrán de la guerra y el amor, que en la contienda electoral todo vale. Que es legítimo abusar del hediondo terrorismo por el poder. En ningún lado hubo que pactar nunca ni nadie que los amoríos, divorcios ni amancebamientos dejaran de usarse como argumento electoral arrojadizo, y es algo que nos honra que no lo hagamos. Mucho más debería ser el terrorismo, que cuando se usa electoralmente con más o menos evidencia, descarna a la palabra democracia hasta los huesos, la esquilma como el salitre y los políticos se creen que todos aplaudimos su florido vocabulario en la legítima lucha electoral, cuando en verdad sabemos que han agotado las palabras y lo que hacen y nos dicen ya no es de este mundo, de este tan familiar de las hipotecas, la corrupción urbanística, los fines de semana, la cuesta de enero, el trabajo, la salud y la paz. Pueden escribir las palabras que quieran: libertad, contra la violencia, diálogo, en mi nombre no, basta ya y añadirle dos huevos duros si hace falta, que los demás tenemos claro lo que debería hacerse y decirse.
De lo que no se puede hablar, mejor es callarse (Wittgenstein dixit, referencia libre)

Jóvenes, pero ya no preparados

VOLVEMOS a otro de esos momentos cíclicos en que los jóvenes y sus preferencias de ocio irrumpen en los medios de comunicación con más o menos protagonismo. En otras ocasiones ha sido generalmente algún fenómeno extraordinario relacionado con los botellones lo que detonó la atención mediática. De un tiempo a esta parte son los distintos estudios que van mostrando el espectacular incremento del consumo de alcohol y otras drogas entre los jóvenes y menores (11-14 años) los que empiezan a cundir en la preocupación de la sociedad. La novedad mayor, sin embargo, es que esta vez la recurrencia del tema juvenil ha coincidido en el tiempo con estudios y encuestas referidas a la violencia escolar, tanto entre alumnos como entre éstos y profesores. La primera impresión no por espontánea menos cierta y que he señalado en más de una ocasión es que el sistema educativo LOGSE y los botellones tienen una correlación que empieza por la cronología del nacimiento de ambos en los comienzos de la década de los noventa. En ningún caso pretendo sostener una mecánica relación de causa-efecto entre cualquiera de las dos realidades.
Al sistema educativo le han venido cargando con objetivos diversos que en buena medida suplen o se sobreponen a las carencias socializadoras de una familia en crisis y en completo proceso de diversificación. La anorexia, la obesidad, la educación vial, la violencia de género o los incendios forestales sólo son ejemplos de un currículo transversal cada vez más variado e importante en los centros educativos. La figura del profesor, en paralelo, también se ha diversificado hasta verse obligado a asumir papeles de policía, sexólogo, terapeuta familiar, carcelero, dinamizador cultural, celador de la salud o guía turístico. Todo con un efecto entre intencionado y colateral de socavamiento de su autoridad y un dejar cundir sentimientos imprecisos de sospecha por ser figura ilustrada las de los docentes. Un sistema educativo con esta vocación totalizadora tiene por fuerza que ver algo -por acción, omisión o transversalidad- con la forma de ocio predominante entre los jóvenes.
El acoso y la violencia en los centros educativos no debe causar sorpresa: es un efecto pernicioso, entre otras cosas (familia, crisis de valores, mensajes mediáticos), de dogmas pedagogistas (ideológicos) sostenidos y no enmendados o cuando menos matizados: la comprensividad excesiva en las aulas, la promoción de curso automática o semiautomática, la autonomía intocable del alumno y su inmenso catálogo de derechos y sus exiguas obligaciones, la sospechosa virtud del esfuerzo, el aplastamiento sin más de la excelencia educativa, la mediocridad funcionarial y burocrática de la docencia o el clima de indisciplina en muchos centros. Los continuos resultados de nuestros alumnos en las encuestas PISA de la OCDE resultan un ilustrativo instrumento evaluador del sistema educativo. La violencia en los centros docentes no es más que la de la calle transpuesta a unos ámbitos que en buena medida han perdido su función originaria y que nos complace que parezcan la calle, lo que no ocurre con juzgados, comisarías, juntas de accionistas, asambleas diversas de socios de algo o club de fans de la foca monje. No es extraño que por tanto parecer la calle haya que 'vigilarla' policialmente en su entorno por lo del alcohol y las drogas que aspiran a introducirse.
Aunque parezca chocante, en España uno de los problemas seculares de la educación es haberla concebido en términos de utopía sublime con la que se alcanzarían todos los anhelos sociales y, por antonomasia, el de la igualdad. Esto ha hecho que la educación haya sido siempre un arma arrojadiza en manos de gobiernos que pretendían estar dando cima a la utopía sin admitir los prosaicos pero legítimos intereses ideológicos que albergaban. Como las Constituciones más o menos. En este orden de cosas y en nuestro tiempo, la escolarización masiva hasta los 16 años ha podido constituir el elemento utópico conseguido quedando postergado lo que se haga en el fondo. Términos como «igualdad» («equidad»), «integración», «comprensividad» o «diversificación» deben quedar muy matizados cuando existe una red de centros públicos y otra expansiva de concertados y la cuestión de la disciplina y la violencia escolar empieza a ser determinante en la huida de muchos padres de los centros públicos. Hay por lo demás otras diversificaciones igual de soterradas que también están consagrando la desigualdad e «itinerarios» ciegos en la legión de alumnos desmotivados, objetores escolares y fracasados. Justo cuando más pedagogismo se usa, más se busca la participación de padres, más se intenta escuchar a los alumnos es cuando más cunde el desencanto y la indiferencia crítica.
Las utopías quieren ser juzgadas por el entusiasmo, y sus promotores reaccionan mal cuando se las juzga por los resultados. De ahí que tiendan a poner en tela de juicio estadísticas de violencia, acoso e indisciplina escolar. Y que procuren maquillar datos incómodos o conceptos de fracaso. El panorama preocupante en cuanto a consumo de alcohol y drogas entre jóvenes y menores no es una realidad exenta de todo el universo juvenil convulsionado y menos del ámbito educativo donde algo tendrá que ver el fracaso de la educación en valores del sistema.

Thursday, December 14, 2006

El botellón rampante

SABÍAMOS que lo peor que puede pasarle a alguien que sufre manía persecutoria es que un día le persigan de verdad. Igual que los botellones: lo que no ayuda nada es el protagonismo mediático de los alboroques, que los jóvenes dispongan de una lupa para mirarse el ombligo de sus tendencias gregarias masivas. Recuérdese que las convocatorias de macrobotellones en pasados fines de semana se plantearon como retos superadores del que los medios de comunicación habían informado que se dio en Sevilla. Para el consabido argumento de que eso es desviar la culpa hacia el mensajero, recordar que a las alturas que estamos definitivamente ya no hay mensajeros, sólo mensajes. Para los botellones hay además dos argumentos devastadores de los que se abusa hasta rozar el tópico falaz y a través de los cuales el fenómeno se refuerza y propaga. Uno es ese supuesto criterio económico de beber en la calle frente a la carestía de los locales. Ya sé que es verdad, pero eso no explica nada del botellón de igual forma que la asistencia a los estadios de fútbol nadie pretendería basarla en los precios más asequibles que los de la ópera. El otro argumento trampa vendría a ser el de la Antropología Social: estamos ante rituales de paso de la juventud a la madurez con la forma peculiar de la época, donde el alcohol es todo un símbolo más o menos como en todos los tiempos y culturas desde los albores del Pleistoceno.
Nadie que abusa de estos argumentos se pregunta por qué de repente, como en el cuento de Cenicienta cuando dan las campanadas, tienen un furor ahorrativo para el botellón que se desvanece antes de acabar la noche y convertirse en furor consumista altamente dependiente de las imágenes de marca. Ni por qué en Cáceres hace un tiempo se montó una tangana juvenil en 'lucha' por el cierre tempranero de bares con los medios de comunicación expectantes. Ni tampoco se quiere ver que los ritos de iniciación y de paso, lo mismo que las festividades lúdicas, tenían un papel integrador, socialmente centrípeto y donde la propia sociedad estigmatizaba y proscribía a quien sobrepasaba los límites regulados (las fiestas de quintos se hacían en determinada fecha, como el carnaval, bacanales, puesta de largo o novatadas). Hoy, cuando hablamos de botellón, de entrada ya estamos constatando un problema de convivencia ciudadana. Lo peor es que los argumentos falaces han sido captados perfectamente por los jóvenes que los esgrimen para justificarse y complacerse, como si en cualquier caso el problema más grave no estuviera en el creciente consumo de alcohol entre los adolescentes de 13 a 18 años, particularmente las chicas. Grupo de edad donde también se ha incrementado el consumo de cannabis y cocaína para lo que el botellón también tendrá algo que decir. Lo mismo que para los índices altos de alcohol en más de la mitad de los jóvenes muertos en accidente de tráfico los fines de semana.
En la medida que nos engañemos sobre la naturaleza y causa de los botellones, no haremos más que apagar fuego con gasolina. Si el tema además entra en una dinámica de partidos políticos y autonomías que facilitan o reprimen y usan del tema como arma arrojadiza, preparémonos para lo peor que siempre estará por llegar. Y claro, está lo de Francia y su potencial efecto mimético respecto a la pura movilización juvenil, aunque allí sea por una cuestión sociolaboral (¿qué diferencia!) y aquí por un incomprensible derecho a beber alcohol a raudales en la calle. Porque revolución juvenil en una especie de remedo de lo que fueron las masas protagonizando la Historia o el Mayo del 68 pues la verdad no parece. Si ya Lenin hablaba de que las revoluciones por pan se acababan en la panadería de la esquina, imaginemos una por alcohol en un país donde hay un bar por cada cien habitantes.
En todo el asunto del botellón entran variables muy diversas: una izquierda que transigió más con el fenómeno en los comienzos y que en buena medida sigue teniendo la perspectiva errada. Algún sector de esa izquierda llegó incluso a criticar a principios de siglo lo que entendía como meras medidas represivas del entonces gobierno de Aznar que no hizo más que brindis al sol sin entrar nunca al asunto (ver hemerotecas y Rajoy). Zapatero, todavía en la oposición, llegó a prometer un Ministerio de la Juventud si llegaba al poder. Las conductas masificadas, revoltosas y desafiantes tienen entre los jóvenes vitola de autenticidad, verdad y derecho. La familia en crisis, desestructurada o con problemas de comunicación y que ha hecho grave dejación de su papel socializador. Y esto en parte por el páramo cultural del tardofranquismo y la confusión entre autoridad, responsabilidad y libertad por un lado, y autoritarismo por otro. La permisividad social con el alcohol cuyos problemas apenas estamos empezando a entrever. Pero lo que apenas se menciona nunca y que ya he apuntado alguna vez es la conexión botellón-sistema educativo LOGSE. De entrada nacen por las mismas fechas y bien hubiera servido un amplio debate sobre el asunto de cara a la ley de educación que ayer aprobaban las Cortes.
También es coincidencia que estos días estemos en el tercer aniversario de la Ley de Convivencia y Ocio en Extremadura. ¿Dónde está, Ley, tu victoria?

Monday, November 27, 2006

Civilización genética

ANTES que el hombre desarrollara su mentalidad científica para ordenar el mundo, la inmortalidad era buscada en geografías recónditas y prodigiosas. Siempre persiguiendo fuentes y ríos maravillosos que los dioses en los días de la creación habrían ocultado a los ojos de los indignos. Históricamente todo arrancó del dominio del fuego y la primera herramienta. Después la voluntad de poseer nosotros mismos el destino de nuestra especie nos ha alentado durante decenas de milenios y ha sido en definitiva la inspiración para el pensamiento científico de los últimos siglos. La tarea, además, no ha estado ajena a la búsqueda afanosa de un sentido para la existencia que trascendiera la vaga intuición de que la vida y el hombre acaso no sean más que meros accidentes fortuitos. Estos fundamentos no sólo han inspirado magníficos relatos mitológicos, sino que parecen seguir estando detrás de los dos grandes objetivos de la ciencia para el siglo XXI: el espacio sideral y el ADN. Desengañado por fin el hombre de los ríos que dan la inmortalidad, parece sin embargo eternamente empeñado en buscar a Dios por el Universo plano e infinito, y el Alma en la esencia recóndita del organismo. Acaso le sigue obsesionando desvelar la semejanza de la que habla el Génesis (I, 26-27).
Si observamos la revolución genética en la que el hombre está plenamente inmerso, suscita una desconfianza derivada de la desorientación ante los fines de unos logros científicos insólitos. En la incertidumbre profana es comprensible desde la creencia de estar invadiendo prerrogativas divinas hasta el desconcierto por los arquetipos salidos de la inspiración de Aldous Huxley o de la cinematografía del siglo XX. Permítame evocar algunos ejemplos: Frankenstein, La mosca, Dr. Jekyll y Mr. Hyde, 2001:Una odisea en el espacio, Blade Runner, Alien o Robocop. Los últimos títulos citados constituyen ejemplos fantásticos pero premonitorios de lo que es ya realidad en la bilogía del ADN: la interdependencia creciente de la genética con la microelectrónica y los potentes ordenadores.
Como toda ciencia de vanguardia, la revolución genética trae incorporada su propia generalidad justificada que facilita su aceptación social y la comprensión de objetivos imprecisos. Los progresos médicos, junto a la frivolidad de elegir el color de los ojos de nuestros hijos, son ese recurso amplio, inteligible y reconfortante, en una época donde la ciencia ya ha entrado en crisis como garantía incuestionable de seguridad, y hasta el miedo llega a constituir un sentimiento extendido en las sociedades de hoy día. Pero los científicos nunca conocen todo el futuro alcance de sus investigaciones ni las consecuencias que puedan derivarse de lo que hoy ignoran. Desde luego, tampoco están para garantizar que la aplicación de sus trabajos se haga desde una perspectiva moralmente aceptable para hoy día. Así, de la ingeniería genética hemos de inferir la decantación de una ética fundamentada en el progresivo crecimiento de individualismo al que contribuyen profundamente las actuales tecnologías de la información. Por el contrario, la menguante comunidad política hace improbable el surgimiento de una moral al servicio del decadente Estado-nación como hemos visto en algunos momentos del siglo XX y con prácticas eugenésica más que nada. Este no es, desde luego, el trasunto ético de la competencia abierta entre la iniciativa privada y organismos públicos de EE. UU. y Gran Bretaña en pos de la actual fuente de la eterna juventud que es el genoma humano. Craig Venter, al frente de Celera Corporation, está lógicamente empeñado en ganar una carrera que le permita patentar unos datos y conocimientos que en definitiva conviertan a los genes en pura mercancía para quien pueda comprar su manipulación.La pretensión de Bill Clinton y Tony Blair, por otro lado, de considerar el mapa genético patrimonio de la humanidad, no es más que una declaración del carácter público de los conocimientos científicos, pero no necesariamente de la aplicación pública de los mismos. En tal sentido, el futuro tal vez no contemple más que el carácter restrictivo del acceso a los beneficios de las modificaciones genéticas en función de la fortuna económica. La perspectiva de una sociedad dividida en personas normales por un lado y enriquecidas genéticamente por otro, tal como ha sostenido el biólogo molecular Lee M. Silver, es inquietantemente razonable.
Concluida la Historia y las ideologías, superada la lucha de clases, tal vez estemos en el neolítico de la 'lucha de las biologías', una edición más prosaica de la pugna mitológica entre dioses y titanes.
La nueva Teogonía sólo asequible en Internet:
www.inmortalidad.com

El final del tiempo

LA historia de la evolución humana es también la historia del tiempo, esa substancia fluyente de la que sabemos más cuanto menos nos preguntan por ella. La primera sensación del hombre tras la inconsciencia animal fue sin duda una vaga noción del devenir de la vida, que debió angustiarle lo bastante como para considerarla un castigo divino. Durante infinitos milenios no se sintió más que un resignado pelele en mitad de un tiempo recurrente cuyas pautas venían marcadas por la naturaleza. Con la palabra como único medio de comunicación no era posible la memoria colectiva, por eso el nebuloso pasado era el 'lugar' donde habitaron los mitos cuyo paradigma podía transmitirse de boca en boca. La escritura fue la historia, porque permitió escribir la ley de la comunidad y ya el tiempo escapó de su eterno retorno para, en las manos del hombre, constituirse en pasado, presente y futuro, un orden esencial cuyo control deparaba un provecho que el poder político se apropió rápidamente. Grandes momentos históricos han contado desde el principio con una manipulación del ritmo temporal en un afán de dar trascendencia a los cambios políticos, sociales y religiosos. Julio César y Augusto dieron sus nombres a sendos meses del año;los musulmanes iniciaron tu tiempo desde la huida de Mahoma a la ciudad de Medina en julio de nuestro año del Señor de 622;la Revolución Francesa cambió por completo el calendario gregoriano. Hoy sería impensable por parte del poder modificaciones semejantes, porque en definitiva aquellas se proyectaban al futuro, y las manipulaciones que se pretenden útiles en la actualidad son precisamente las del pasado a través de la redefinición y reordenación del tiempo histórico y la memoria colectiva. Un pasado al que no se le confiere más naturaleza que una suerte de noción donde se ubica no tanto la historia como el mito historiado que interesa a la realidad sociopolítica del presente.
El tiempo de las revoluciones y utopías es el que se pretende acabado, en definitiva, esa historia con consciencia de esperanza colectiva para mucha gente. En adelante, ya toda posible revolución estará al margen del devenir histórico y el futuro sin anhelo, esfumado, en la medida que ya no se vislumbra nuevo y envejece. Así, el tiempo ya no es más que un limitado ritmo cotidiano de eterno presente donde lo substancial de la vida es la repetición y las aparentes 'novedades' vienen determinadas por el contenido de la programación televisiva. Es tras lo que se lanza mucha gente cuando durante el día cae un periódico en sus manos: la sección televisiva a la búsqueda de un orden mínimo -tiempo- con un ocio resuelto donde se exalta lo imaginario frente a la realidad. Y así un día tras otro, con el tiempo desaparecido por la reiteración incesante de lo inmutable.
Sin la solidez de unos buenos asideros psicológicos, el individuo de hoy día se busca en la seguridad de lo privado y familiar hasta el punto de reconocer que vivimos la época más asocial y apolítica del hombre y donde el propio poder está interesado en la desactivación del tiempo, de lo colectivo y la historia como condición para la política sin alternativas que pretende. Los programas gubernamentales se proclaman ciencia natural y gobernar es aplicar la incontrovertible razón económica de la que el ciudadano escucha su lenguaje hermético sin entenderlo, o por el que se resuelve a invertir en un mercado bursátil para ser víctima de fluctuaciones y hecatombes financieras que en ningún caso entiende ni controla. También es la filosofía del juego que lo invade todo, pero con un azar que pretendemos controlado y susceptible de responder a nuestras cábalas racionales. Hay un inagotable sueño de fortuna, un anhelo desmedido de ser agraciado en loterías y concursos. La cotidianidad actual está repleta de deseo, de imaginación frustrada y en estos ámbitos de espera permanente, como en los sueños, el tiempo tampoco existe para nada.
A las puertas del tercer milenio, y con el final de un tiempo cuya representación ha sido peculiar de la sociedad occidental desde la antigüedad, volvemos a sentir promovida la noción bastarda del tiempo arcaico y cíclico de las sociedades primitivas. Es por la gran rehabilitación actualizada del rito y lo sagrado en nuestros días de mundo tecnológico y consumista. Acabamos el verano y empezamos a escuchar cosas de navidad; en plenas navidades ya hay convocatorias diversas para el carnaval y luego Semana Santa, los 'puentes', romerías, comienzos de liga... y así cíclicamente todas las estaciones del año. Repetimos la vida, que no es otra cosa que repetir el tiempo, ritualizarlo, pero sin el sentido profundo de las sociedades antiguas cuando, entre otras cosas, no había el miedo solitario a la muerte, ni un corazón podía llegar a ser una piedra interminable.

MINÚSCULO GRAN HERMANO

Apenas comenzada la guerra fría, y como furiosa condena de la tiranía totalitaria, Georges Orwell publicó su célebre novela 1984. En ella muestra un panorama aterrador de la sociedad bajo la alerta panóptica del Gran Hermano: la vieja metáfora de la vigilancia como mecanismo de poder potenciada por una amenazante tecnología. Diecisiete años antes (1932), en plena crisis económica internacional, Aldous Huxley en su novela Un mundo feliz había contemplado el futuro de una sociedad profundamente deshumanizada. Ambas obras son los distintos supuestos literarios de una misma idea: la vida humana en cautiverio. Mientras Orwell imagina la sujeción en los engranajes de un poder político totalitario trasunto de la tiranía de Stalin en la Unión Soviética, Aldous Huxley, más perspicaz, alcanzó a ver la cautividad de las mentes a través de la seducción y el deseo: en definitiva, su Gran Hermano tácito tiene un rostro sonriente y fascinante.
Un día tomaba café en un bar poco antes de media mañana. Una gran pantalla encendida y conectada a Vía Digital emitía la imagen de un joven arrellanado en un pequeño jardín tomando el sol de primavera con los ojos cerrados. La imagen perduró casi como una foto fija. Enseguida se suscitaron en el local conversaciones en torno a lo que se veía en la pantalla. Y yo, por el fundamentalismo mental que muchas veces acarrea la sociología, traté de analizar cuanto allí se decía y la relación con el programa televisivo. El mozo seguía en su soleada actitud indolente, y por lo que a mí respecta comprendí al instante estar ante el ejemplo más claro de lo que Hans M. Enzensberger llamó "medio de comunicación cero". Era Gran Hermano (GH): un programa televisivo que parece la síntesis grosera –sin duda posmoderna- de las nociones de Orwell y Huxley que resumen el siglo XX. Si por un lado, el título y la idea general vagamente salen de la obra de Orwell, desde luego los fundamentos, condicionados por el objetivo de entretener y cautivar en prime time, son de la inspiración de Aldous Huxley. Todo, naturalmente, sacado de sus contextos que es la manera hoy día de mantener una vaga evocación de la "alta cultura" para destilarla, transformarla y someterla en seductores productos comerciales. El triunfo de los "integrados" frente a los "apocalípticos" a decir de la ya clásica obra de Umberto Eco.

Si tomamos la "telebasura" como un proceso que define la secuencia desde los concursos a los culebrones, pasando por las cámaras ocultas, los talk shows y los reality shows, GH sería la apoteosis de dicho estilo donde lo verdaderamente excepcional está en la ruptura que el programa ha hecho de la audiencia y la consiguiente captación de publicidad. El voyerismo del público, el exhibicionismo, la preeminencia de lo privado y la intimidad sobre lo público, la obscenidad comunicacional o el "estrellato" de la gente corriente no son elementos que GH haya inventado aunque sí los utiliza hasta el paroxismo, y constituyen el repertorio objeto de los críticos y comentaristas que han de llenar de contenido lo insignificante transformado en acontecimiento mediático.

Después del predominio de manipulación ideológica que se le achacó a la TV, ahora vendríamos a estar ante el medio de la gran simulación que incapacita al espectador para distinguir entre realidad y ficción. Estas visiones tienen su arraigado punto de partida en las ideas marxistas sobre el carácter alienante de los instrumentos de dominación social. Conciben la situación maniquea de una TV proterva frente al espectador indefenso en su papel de víctima. Todas las críticas que ha venido generando la "telebasura" parten con más o menos matices de este planteamiento, asumiendo tácitamente el viejo papel formativo o educativo que la TV debe garantizar. De estar escribiendo de períodos geológicos, estas ideas corresponderían al jurásico. La clave por la que se recordará GH será por constituir el primer diamante de la "TV cero". La creencia de asistir a un programa de contenido a la "vieja usanza" forma parte de un atavismo comunicacional que la propia TV ya ha superado. Y el público lo sabe, y está hastiado ya de todos los "mensajes" a los que se ha expuesto por décadas en una actitud verdaderamente de pequeño gran hermano que observa. Liberado por fin del aderezo de los contenidos, el espectador se hace vulnerable a GH. John de Mol, presidente de Endemol, cuando asumió hacer el programa, y sin duda Mikel Lejarza, director general de Tele 5, no prestarían mayor atención a los contenidos en mitad de las auténticas preocupaciones económicas, técnicas, legales y administrativas. Como dice Enzensberger, "la comunicación cero no es la debilidad sino el poder de la TV". Al telespectador sería precisamente esta cualidad lo que más le atraería. Conceptos morales o de calidad están por completo fuera de lugar para juzgar el grado de salud de un programa como GH. Es necesario considerar la ingente cantidad de críticas que suscita, la masa de noticias, fotografías, conversaciones, audiencias, etc., y deducir sin más que es un producto televisivo fenomenal y cochambroso. La minimización del mensaje se corresponde con la maximización del debate y el consumo que promueve.

La noche es joven

LOS jóvenes presienten esa fuerza primordial del universo: el Yin oscuro y confuso, las tinieblas caóticas donde ni los dioses habitan hasta que se hace el orden, el tiempo, la brillantez diurna del Yang. La noche no sólo es el ámbito del insomnio. Los jóvenes salen de la adolescencia a la noche como reproduciendo el origen del mundo. Salen a la noche del botellón y a la noche inquieta del alma. Y en tanta noche aprenden todos los ruidos, que es lo que a esa hora de la vida es el mundo: ruido y resonancia. El claxon, los tubos de escape abiertos, la voz y la botella, el contenedor maldito, almenas expoliadas, las meadas cayendo con un golpe solitario y los escozores, picores y temblores del amor y de la música. Sin el sentido del oído los jóvenes no podrían habitar la noche, porque la noche es sonoridad, y una vez que lo aprenden, ya no pueden sino crear sus propios e incesantes retumbos para que sus oídos no se espanten con los 'sonidos del silencio' y el sueño del vecino que necesita dormir en paz.
Los jóvenes extremeños tienen el primer puesto en cuanto a fumadores de España y comparten con cántabros y vascos el podio en consumo de alcohol. Es más que nada el humo y los miasmas de la noche que llenan algunas calles que los jóvenes se apropian y moldean con sus actitudes rituales, que no siempre corresponden al uso natural del espacio público. Claro está que de noche todo lo urbano es pardo y la ciudad no parece tan sumisa y planificada en su orden y funciones. El espacio pierde definición y las sensaciones son como las del pionero que discurre por un territorio incierto e ilimitado que se puede derrochar impunemente. El tiempo también se distorsiona. Se aplana. Las horas no existen: se confunden con la sincronía circular de las luces, la música, las copas y las sombras. Ningún sitio como una discoteca -a la que los bares imitan- para sentir el efecto en toda su pureza.
Theodore Roszak, el cronista de la contracultura juvenil de los sesenta, definió a los jóvenes de entonces como 'desafiliados' de la familia. Hoy también lo son, pero a la manera de permanecer en el domicilio paterno hasta los 30 años. Pero en verdad no viven en él.La noche es el gran ecosistema de lo oscuro y la agitación; los bares, coches y rincones más que nada son el hábitat de muchos jóvenes y no meros lugares de tránsito. Allí sí se vive y se ejerce la juventud. Se ofician todos los rituales con la música y la bebida como elementos místicos. No en vano las consumiciones predilectas son combinados, mezclas, como si de una alquimia rudimentaria se tratase para modificar elementos de la naturaleza humana. Como el alquimista, el joven siente una enorme pasión por los efectos, y en la medida que para la ciencia hermética el ave Fénix era todo un símbolo, el joven se parece en sí mismo a este pájaro renaciendo a la luz del mediodía de sus cenizas y estragos de la noche, buscando las gafas de sol que le den a la luz cegadora y al orden del mundo un aspecto soportable de pequeña nocturnidad y recuerdo del caos.
Jean Baudrillard habla de las anomalías del sistema que ya no lo desequilibran porque no se generan en ningún déficit o carencia, sino en la supercapacidad de integración y la propia organización excéntrica de dicho sistema. Los jóvenes en la noche bien podrían constituir la metáfora de esta idea. En tal caso, ni ellos siquiera saben que en realidad son la apoteosis de la misma sociedad pringada de la que ni están al margen, ni son parte más íntegra, ni de la que desde luego constituyen alternativa. Y en tal caso, los 'pactos por la noche' pasarían a ser parte del problema y no de la solución. Lejos de paliar situaciones transgresoras, esas medidas las reforzaría en tanto que suponen aplicar un artificio del día contra la noche, a lo que ésta respondería desde la oscuridad con más tinieblas.
Amanece, intemperie de la luz y en el ascua viva la noche es un remotísimo paisaje.

Milenio final

ALGÚN remoto día, cuando el Creador haga balance final de la Tierra, percibirá de un vistazo el légamo primigenio donde chapoteaban las células con las que comenzó la vida y el inerte pedregal que al final será ya este primitivo planeta de sol mortecino. Todo habrá sido un accidente momentáneo, algo como el efímero ordenamiento del caos entre volcanes, piedras y polvos. Así la vida, vista con unos ojos acostumbrados a la eternidad, no debe parecer más que un batiburrillo de bacterias, terebintos, dinosaurios y monos. El Creador evocará el instante de la historia humana, cuando una criatura singular con la mirada transparente salió desnudo de las arboledas solitarias y comenzó a poner nombre a las cosas para que existieran en mitad de aquel silencio. De tierra en tierra, fugitivo de su muerte, el hombre recorrió su propio tiempo hasta completar con la ayuda de una máquina el registro de todos los laberintos del universo. Todo lo acontecido entonces le resultó presente: Desde los alfares de Jericó, las suntuosas estancias de Babilonia o la guerra de Troya. Del enigma de las pirámides o el rostro de la 'Victoria de Samotracia' a la pax romana. Del afán del errante Ulises al eco imperecedero del Cantar de los Cantares. Acaso un último poeta dijo que siempre la mayor empresa humana fue escapar del olvido.
Y entonces, en la noche final del planeta regresará no humana la memoria fugaz del último milenio, desde Almanzor a Bill Clinton, desde los mongoles a la degollina de Chechenia, las Cruzadas, los miasmas de la Peste Negra y la rutilante televisión. Por encima de la soledad del granito vagará densa la bruma con la silueta de Leonor de Aquitania, la crudeza camboyana de Pol Pot, todo sobre la verdad de la banda Eta y la facundia del pato Donald. Después de Auschwitz, el terrorismo. En esa tierra de nadie, entre el relente sombrío, acaso perviva el lejano bullicio de la ciudad más grande del mundo y el estrépito del hormigón caído en el muro de Berlín, junto a los aspavientos del führer y la hecatombe de Hiroshima. En los mares ardientes no habrá una onda que recuerde la estela audaz de las carabelas colombinas. Porque el último milenio es como el mar de los barcos perdidos. En los fondos oceánicos reposan armadas invencibles, galeones con las crujías destrozadas a cañonazos por Francis Drake, balleneros entre la osamenta de Moby Dick, el Titanic de Leonardo DiCaprio y muchos submarinos amarillos.
El último milenio es toda la espesura humana, la del mismo ser elemental de cualquier tiempo, sin entorchados, desvanecido de un solo olvido: el hacedor de casas y de pan, el insurgente cotidiano, la mujer de la tierra, todos los muertos anónimos que volverán de nuevo a su silencio, enfrente de donde cae la historia con sus estandartes y castillos. Se pierden los siglos como la espada del Cid y la plumas de Caupolicán el araucario y las revoluciones sobreviven en los libros y las banderas se confunden en la niebla de los aeropuertos.
Dionisio el Exiguo rehace otra vez el calendario, ya rehabilitado el monje de haber sido la primera víctima del 'Efecto 2000' en pleno siglo VI. Y cuando el planeta estalle y sus partículas se esparzan por todos los rincones del universo, cada una albergará el lejano pálpito del último milenio. Como soñó Quevedo, la eternidad de sus propios huesos: polvo sideral será la Tierra, mas polvo histórico.

ODISEA HUMANA

El desafío científico y técnico de los viajes espaciales en el futuro constituye el residuo actual de lo que en milenios ha sido el sentimiento de insignificancia humana frente a las divinidades. Las distancias siderales menoscaban nuestra soberbia, y la luz de esa estrella que sigo mirando aún habiéndose extinguido la tarde que mataron a Julio César, sujeta de momento nuestra audacia mental a proporciones razonables. Con todo, no dejamos de indagar en la naturaleza de la velocidad de la luz, en sus posibilidades, en las paradojas que conlleva y en la eventualidad de agujeros espaciales que nos conduzcan al otro lado del universo y regresar con tiempo de ver la final de la Liga de Campeones. Dejando aparte las naves, el combustible, la melancolía de los astronautas y la posible densidad del tráfico en las galaxias, lo que el hombre de momento no resolverá es su impaciencia.

La velocidad como metáfora de nuestro tiempo no es sólo para ilustrarla con las autopistas, los coches poderosos, los trenes de vértigo o el tráfago vital de las ciudades. Al mundo de la informática, de la comunicación o de la economía lo queremos no ya veloz, sino instantáneo. Hemos ampliado considerablemente nuestra esperanza de vida, vivimos más tiempo, y sin embargo hemos multiplicado la velocidad de vivir sin que hallamos inmutado siquiera el reducido espacio planetario. Lo dicho, somos unos impacientes, y el consumismo de nuestra hora nos insta de inmediato a la rapidez en la satisfacción de deseos y carencias. También está el íntimo alborozo que como niños sentimos por el mecanismo fascinante de las máquinas. Incontenibles en nuestras emociones por la elemental funcionalidad con que la tecnología resuelve las tareas, estamos definitivamente resueltos a que en los tiempos que corren la vida y su filosofía sean también para siempre un reflejo de ese esquema mecánico tan eficaz. Aquí el interruptor, aquí el dispositivo, aquí lo que buscamos. Por eso los viajes espaciales, laboriosos, desafiantes, duraderos, siguen recordándonos a Jasón y sus argonautas tras el vellocino de oro o a la misma humanidad antigua de Ulises errante por el proceloso Mediterráneo. No será posible que el cosmos nos revele sus secretos rápidamente ni que encontremos el paraíso sideral, sus habitantes y panaceas en un abrir y cerrar de ojos. Acaso por esta íntima certeza, despechados, indagamos como locos en la recóndita sustancia de la materia y del ser humano. Hemos dejado atrás toda noción de visibilidad y solidez que hay más allá de los átomos y las células, y hemos descubierto un mundo nuevo de partículas y regiones insospechadas de cromosomas donde además de habitar el olvido, habita el envejecimiento.

Hay un viso de ingenuidad en la creencia más o menos científica de que puede existir un gen asociado a cada rasgo humano, y que la fisiología y psicología de esta criatura que somos tienen su exacta correspondencia en algún cromosoma. Traspasamos la fantasía de lo veloz, instantáneo y mecánico a la complejidad y misterio de todo lo que puede constituir una persona. Psicofármacos de hoy y genética de mañana están prescribiendo un individuo maquinal donde no sólo el color de los ojos, sino la tristeza o el envejecimiento sean cosas fútiles a manipular con el correspondiente resorte genético.

Nunca el hombre ha traspasado frontera alguna sin que se desataran peligros previstos o ignorados. La mitología del edén perfecto y la prohibición divina de comer del árbol de la ciencia del bien y del mal "que está en medio del paraíso" ilustra popularmente los riesgos de una audacia humana incontrolada. No es cosa de desempolvar el reaccionario miedo a la ciencia, sino de advertir las consecuencias de una noción simplista del ser humano o de lo que sea en el futuro cuando haya huesos y tal vez sangre, pero los pálpitos al ver sola a la amada venir de frente tal vez se deban a la actividad de microprocesadores instalados en el colodrillo.