JUAN ANTONIO NICOLÁS JOCILES

Monday, November 27, 2006

Civilización genética

ANTES que el hombre desarrollara su mentalidad científica para ordenar el mundo, la inmortalidad era buscada en geografías recónditas y prodigiosas. Siempre persiguiendo fuentes y ríos maravillosos que los dioses en los días de la creación habrían ocultado a los ojos de los indignos. Históricamente todo arrancó del dominio del fuego y la primera herramienta. Después la voluntad de poseer nosotros mismos el destino de nuestra especie nos ha alentado durante decenas de milenios y ha sido en definitiva la inspiración para el pensamiento científico de los últimos siglos. La tarea, además, no ha estado ajena a la búsqueda afanosa de un sentido para la existencia que trascendiera la vaga intuición de que la vida y el hombre acaso no sean más que meros accidentes fortuitos. Estos fundamentos no sólo han inspirado magníficos relatos mitológicos, sino que parecen seguir estando detrás de los dos grandes objetivos de la ciencia para el siglo XXI: el espacio sideral y el ADN. Desengañado por fin el hombre de los ríos que dan la inmortalidad, parece sin embargo eternamente empeñado en buscar a Dios por el Universo plano e infinito, y el Alma en la esencia recóndita del organismo. Acaso le sigue obsesionando desvelar la semejanza de la que habla el Génesis (I, 26-27).
Si observamos la revolución genética en la que el hombre está plenamente inmerso, suscita una desconfianza derivada de la desorientación ante los fines de unos logros científicos insólitos. En la incertidumbre profana es comprensible desde la creencia de estar invadiendo prerrogativas divinas hasta el desconcierto por los arquetipos salidos de la inspiración de Aldous Huxley o de la cinematografía del siglo XX. Permítame evocar algunos ejemplos: Frankenstein, La mosca, Dr. Jekyll y Mr. Hyde, 2001:Una odisea en el espacio, Blade Runner, Alien o Robocop. Los últimos títulos citados constituyen ejemplos fantásticos pero premonitorios de lo que es ya realidad en la bilogía del ADN: la interdependencia creciente de la genética con la microelectrónica y los potentes ordenadores.
Como toda ciencia de vanguardia, la revolución genética trae incorporada su propia generalidad justificada que facilita su aceptación social y la comprensión de objetivos imprecisos. Los progresos médicos, junto a la frivolidad de elegir el color de los ojos de nuestros hijos, son ese recurso amplio, inteligible y reconfortante, en una época donde la ciencia ya ha entrado en crisis como garantía incuestionable de seguridad, y hasta el miedo llega a constituir un sentimiento extendido en las sociedades de hoy día. Pero los científicos nunca conocen todo el futuro alcance de sus investigaciones ni las consecuencias que puedan derivarse de lo que hoy ignoran. Desde luego, tampoco están para garantizar que la aplicación de sus trabajos se haga desde una perspectiva moralmente aceptable para hoy día. Así, de la ingeniería genética hemos de inferir la decantación de una ética fundamentada en el progresivo crecimiento de individualismo al que contribuyen profundamente las actuales tecnologías de la información. Por el contrario, la menguante comunidad política hace improbable el surgimiento de una moral al servicio del decadente Estado-nación como hemos visto en algunos momentos del siglo XX y con prácticas eugenésica más que nada. Este no es, desde luego, el trasunto ético de la competencia abierta entre la iniciativa privada y organismos públicos de EE. UU. y Gran Bretaña en pos de la actual fuente de la eterna juventud que es el genoma humano. Craig Venter, al frente de Celera Corporation, está lógicamente empeñado en ganar una carrera que le permita patentar unos datos y conocimientos que en definitiva conviertan a los genes en pura mercancía para quien pueda comprar su manipulación.La pretensión de Bill Clinton y Tony Blair, por otro lado, de considerar el mapa genético patrimonio de la humanidad, no es más que una declaración del carácter público de los conocimientos científicos, pero no necesariamente de la aplicación pública de los mismos. En tal sentido, el futuro tal vez no contemple más que el carácter restrictivo del acceso a los beneficios de las modificaciones genéticas en función de la fortuna económica. La perspectiva de una sociedad dividida en personas normales por un lado y enriquecidas genéticamente por otro, tal como ha sostenido el biólogo molecular Lee M. Silver, es inquietantemente razonable.
Concluida la Historia y las ideologías, superada la lucha de clases, tal vez estemos en el neolítico de la 'lucha de las biologías', una edición más prosaica de la pugna mitológica entre dioses y titanes.
La nueva Teogonía sólo asequible en Internet:
www.inmortalidad.com

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