JUAN ANTONIO NICOLÁS JOCILES

Thursday, December 14, 2006

El botellón rampante

SABÍAMOS que lo peor que puede pasarle a alguien que sufre manía persecutoria es que un día le persigan de verdad. Igual que los botellones: lo que no ayuda nada es el protagonismo mediático de los alboroques, que los jóvenes dispongan de una lupa para mirarse el ombligo de sus tendencias gregarias masivas. Recuérdese que las convocatorias de macrobotellones en pasados fines de semana se plantearon como retos superadores del que los medios de comunicación habían informado que se dio en Sevilla. Para el consabido argumento de que eso es desviar la culpa hacia el mensajero, recordar que a las alturas que estamos definitivamente ya no hay mensajeros, sólo mensajes. Para los botellones hay además dos argumentos devastadores de los que se abusa hasta rozar el tópico falaz y a través de los cuales el fenómeno se refuerza y propaga. Uno es ese supuesto criterio económico de beber en la calle frente a la carestía de los locales. Ya sé que es verdad, pero eso no explica nada del botellón de igual forma que la asistencia a los estadios de fútbol nadie pretendería basarla en los precios más asequibles que los de la ópera. El otro argumento trampa vendría a ser el de la Antropología Social: estamos ante rituales de paso de la juventud a la madurez con la forma peculiar de la época, donde el alcohol es todo un símbolo más o menos como en todos los tiempos y culturas desde los albores del Pleistoceno.
Nadie que abusa de estos argumentos se pregunta por qué de repente, como en el cuento de Cenicienta cuando dan las campanadas, tienen un furor ahorrativo para el botellón que se desvanece antes de acabar la noche y convertirse en furor consumista altamente dependiente de las imágenes de marca. Ni por qué en Cáceres hace un tiempo se montó una tangana juvenil en 'lucha' por el cierre tempranero de bares con los medios de comunicación expectantes. Ni tampoco se quiere ver que los ritos de iniciación y de paso, lo mismo que las festividades lúdicas, tenían un papel integrador, socialmente centrípeto y donde la propia sociedad estigmatizaba y proscribía a quien sobrepasaba los límites regulados (las fiestas de quintos se hacían en determinada fecha, como el carnaval, bacanales, puesta de largo o novatadas). Hoy, cuando hablamos de botellón, de entrada ya estamos constatando un problema de convivencia ciudadana. Lo peor es que los argumentos falaces han sido captados perfectamente por los jóvenes que los esgrimen para justificarse y complacerse, como si en cualquier caso el problema más grave no estuviera en el creciente consumo de alcohol entre los adolescentes de 13 a 18 años, particularmente las chicas. Grupo de edad donde también se ha incrementado el consumo de cannabis y cocaína para lo que el botellón también tendrá algo que decir. Lo mismo que para los índices altos de alcohol en más de la mitad de los jóvenes muertos en accidente de tráfico los fines de semana.
En la medida que nos engañemos sobre la naturaleza y causa de los botellones, no haremos más que apagar fuego con gasolina. Si el tema además entra en una dinámica de partidos políticos y autonomías que facilitan o reprimen y usan del tema como arma arrojadiza, preparémonos para lo peor que siempre estará por llegar. Y claro, está lo de Francia y su potencial efecto mimético respecto a la pura movilización juvenil, aunque allí sea por una cuestión sociolaboral (¿qué diferencia!) y aquí por un incomprensible derecho a beber alcohol a raudales en la calle. Porque revolución juvenil en una especie de remedo de lo que fueron las masas protagonizando la Historia o el Mayo del 68 pues la verdad no parece. Si ya Lenin hablaba de que las revoluciones por pan se acababan en la panadería de la esquina, imaginemos una por alcohol en un país donde hay un bar por cada cien habitantes.
En todo el asunto del botellón entran variables muy diversas: una izquierda que transigió más con el fenómeno en los comienzos y que en buena medida sigue teniendo la perspectiva errada. Algún sector de esa izquierda llegó incluso a criticar a principios de siglo lo que entendía como meras medidas represivas del entonces gobierno de Aznar que no hizo más que brindis al sol sin entrar nunca al asunto (ver hemerotecas y Rajoy). Zapatero, todavía en la oposición, llegó a prometer un Ministerio de la Juventud si llegaba al poder. Las conductas masificadas, revoltosas y desafiantes tienen entre los jóvenes vitola de autenticidad, verdad y derecho. La familia en crisis, desestructurada o con problemas de comunicación y que ha hecho grave dejación de su papel socializador. Y esto en parte por el páramo cultural del tardofranquismo y la confusión entre autoridad, responsabilidad y libertad por un lado, y autoritarismo por otro. La permisividad social con el alcohol cuyos problemas apenas estamos empezando a entrever. Pero lo que apenas se menciona nunca y que ya he apuntado alguna vez es la conexión botellón-sistema educativo LOGSE. De entrada nacen por las mismas fechas y bien hubiera servido un amplio debate sobre el asunto de cara a la ley de educación que ayer aprobaban las Cortes.
También es coincidencia que estos días estemos en el tercer aniversario de la Ley de Convivencia y Ocio en Extremadura. ¿Dónde está, Ley, tu victoria?

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