JUAN ANTONIO NICOLÁS JOCILES

Monday, November 27, 2006

El final del tiempo

LA historia de la evolución humana es también la historia del tiempo, esa substancia fluyente de la que sabemos más cuanto menos nos preguntan por ella. La primera sensación del hombre tras la inconsciencia animal fue sin duda una vaga noción del devenir de la vida, que debió angustiarle lo bastante como para considerarla un castigo divino. Durante infinitos milenios no se sintió más que un resignado pelele en mitad de un tiempo recurrente cuyas pautas venían marcadas por la naturaleza. Con la palabra como único medio de comunicación no era posible la memoria colectiva, por eso el nebuloso pasado era el 'lugar' donde habitaron los mitos cuyo paradigma podía transmitirse de boca en boca. La escritura fue la historia, porque permitió escribir la ley de la comunidad y ya el tiempo escapó de su eterno retorno para, en las manos del hombre, constituirse en pasado, presente y futuro, un orden esencial cuyo control deparaba un provecho que el poder político se apropió rápidamente. Grandes momentos históricos han contado desde el principio con una manipulación del ritmo temporal en un afán de dar trascendencia a los cambios políticos, sociales y religiosos. Julio César y Augusto dieron sus nombres a sendos meses del año;los musulmanes iniciaron tu tiempo desde la huida de Mahoma a la ciudad de Medina en julio de nuestro año del Señor de 622;la Revolución Francesa cambió por completo el calendario gregoriano. Hoy sería impensable por parte del poder modificaciones semejantes, porque en definitiva aquellas se proyectaban al futuro, y las manipulaciones que se pretenden útiles en la actualidad son precisamente las del pasado a través de la redefinición y reordenación del tiempo histórico y la memoria colectiva. Un pasado al que no se le confiere más naturaleza que una suerte de noción donde se ubica no tanto la historia como el mito historiado que interesa a la realidad sociopolítica del presente.
El tiempo de las revoluciones y utopías es el que se pretende acabado, en definitiva, esa historia con consciencia de esperanza colectiva para mucha gente. En adelante, ya toda posible revolución estará al margen del devenir histórico y el futuro sin anhelo, esfumado, en la medida que ya no se vislumbra nuevo y envejece. Así, el tiempo ya no es más que un limitado ritmo cotidiano de eterno presente donde lo substancial de la vida es la repetición y las aparentes 'novedades' vienen determinadas por el contenido de la programación televisiva. Es tras lo que se lanza mucha gente cuando durante el día cae un periódico en sus manos: la sección televisiva a la búsqueda de un orden mínimo -tiempo- con un ocio resuelto donde se exalta lo imaginario frente a la realidad. Y así un día tras otro, con el tiempo desaparecido por la reiteración incesante de lo inmutable.
Sin la solidez de unos buenos asideros psicológicos, el individuo de hoy día se busca en la seguridad de lo privado y familiar hasta el punto de reconocer que vivimos la época más asocial y apolítica del hombre y donde el propio poder está interesado en la desactivación del tiempo, de lo colectivo y la historia como condición para la política sin alternativas que pretende. Los programas gubernamentales se proclaman ciencia natural y gobernar es aplicar la incontrovertible razón económica de la que el ciudadano escucha su lenguaje hermético sin entenderlo, o por el que se resuelve a invertir en un mercado bursátil para ser víctima de fluctuaciones y hecatombes financieras que en ningún caso entiende ni controla. También es la filosofía del juego que lo invade todo, pero con un azar que pretendemos controlado y susceptible de responder a nuestras cábalas racionales. Hay un inagotable sueño de fortuna, un anhelo desmedido de ser agraciado en loterías y concursos. La cotidianidad actual está repleta de deseo, de imaginación frustrada y en estos ámbitos de espera permanente, como en los sueños, el tiempo tampoco existe para nada.
A las puertas del tercer milenio, y con el final de un tiempo cuya representación ha sido peculiar de la sociedad occidental desde la antigüedad, volvemos a sentir promovida la noción bastarda del tiempo arcaico y cíclico de las sociedades primitivas. Es por la gran rehabilitación actualizada del rito y lo sagrado en nuestros días de mundo tecnológico y consumista. Acabamos el verano y empezamos a escuchar cosas de navidad; en plenas navidades ya hay convocatorias diversas para el carnaval y luego Semana Santa, los 'puentes', romerías, comienzos de liga... y así cíclicamente todas las estaciones del año. Repetimos la vida, que no es otra cosa que repetir el tiempo, ritualizarlo, pero sin el sentido profundo de las sociedades antiguas cuando, entre otras cosas, no había el miedo solitario a la muerte, ni un corazón podía llegar a ser una piedra interminable.

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