JUAN ANTONIO NICOLÁS JOCILES

Monday, November 27, 2006

MINÚSCULO GRAN HERMANO

Apenas comenzada la guerra fría, y como furiosa condena de la tiranía totalitaria, Georges Orwell publicó su célebre novela 1984. En ella muestra un panorama aterrador de la sociedad bajo la alerta panóptica del Gran Hermano: la vieja metáfora de la vigilancia como mecanismo de poder potenciada por una amenazante tecnología. Diecisiete años antes (1932), en plena crisis económica internacional, Aldous Huxley en su novela Un mundo feliz había contemplado el futuro de una sociedad profundamente deshumanizada. Ambas obras son los distintos supuestos literarios de una misma idea: la vida humana en cautiverio. Mientras Orwell imagina la sujeción en los engranajes de un poder político totalitario trasunto de la tiranía de Stalin en la Unión Soviética, Aldous Huxley, más perspicaz, alcanzó a ver la cautividad de las mentes a través de la seducción y el deseo: en definitiva, su Gran Hermano tácito tiene un rostro sonriente y fascinante.
Un día tomaba café en un bar poco antes de media mañana. Una gran pantalla encendida y conectada a Vía Digital emitía la imagen de un joven arrellanado en un pequeño jardín tomando el sol de primavera con los ojos cerrados. La imagen perduró casi como una foto fija. Enseguida se suscitaron en el local conversaciones en torno a lo que se veía en la pantalla. Y yo, por el fundamentalismo mental que muchas veces acarrea la sociología, traté de analizar cuanto allí se decía y la relación con el programa televisivo. El mozo seguía en su soleada actitud indolente, y por lo que a mí respecta comprendí al instante estar ante el ejemplo más claro de lo que Hans M. Enzensberger llamó "medio de comunicación cero". Era Gran Hermano (GH): un programa televisivo que parece la síntesis grosera –sin duda posmoderna- de las nociones de Orwell y Huxley que resumen el siglo XX. Si por un lado, el título y la idea general vagamente salen de la obra de Orwell, desde luego los fundamentos, condicionados por el objetivo de entretener y cautivar en prime time, son de la inspiración de Aldous Huxley. Todo, naturalmente, sacado de sus contextos que es la manera hoy día de mantener una vaga evocación de la "alta cultura" para destilarla, transformarla y someterla en seductores productos comerciales. El triunfo de los "integrados" frente a los "apocalípticos" a decir de la ya clásica obra de Umberto Eco.

Si tomamos la "telebasura" como un proceso que define la secuencia desde los concursos a los culebrones, pasando por las cámaras ocultas, los talk shows y los reality shows, GH sería la apoteosis de dicho estilo donde lo verdaderamente excepcional está en la ruptura que el programa ha hecho de la audiencia y la consiguiente captación de publicidad. El voyerismo del público, el exhibicionismo, la preeminencia de lo privado y la intimidad sobre lo público, la obscenidad comunicacional o el "estrellato" de la gente corriente no son elementos que GH haya inventado aunque sí los utiliza hasta el paroxismo, y constituyen el repertorio objeto de los críticos y comentaristas que han de llenar de contenido lo insignificante transformado en acontecimiento mediático.

Después del predominio de manipulación ideológica que se le achacó a la TV, ahora vendríamos a estar ante el medio de la gran simulación que incapacita al espectador para distinguir entre realidad y ficción. Estas visiones tienen su arraigado punto de partida en las ideas marxistas sobre el carácter alienante de los instrumentos de dominación social. Conciben la situación maniquea de una TV proterva frente al espectador indefenso en su papel de víctima. Todas las críticas que ha venido generando la "telebasura" parten con más o menos matices de este planteamiento, asumiendo tácitamente el viejo papel formativo o educativo que la TV debe garantizar. De estar escribiendo de períodos geológicos, estas ideas corresponderían al jurásico. La clave por la que se recordará GH será por constituir el primer diamante de la "TV cero". La creencia de asistir a un programa de contenido a la "vieja usanza" forma parte de un atavismo comunicacional que la propia TV ya ha superado. Y el público lo sabe, y está hastiado ya de todos los "mensajes" a los que se ha expuesto por décadas en una actitud verdaderamente de pequeño gran hermano que observa. Liberado por fin del aderezo de los contenidos, el espectador se hace vulnerable a GH. John de Mol, presidente de Endemol, cuando asumió hacer el programa, y sin duda Mikel Lejarza, director general de Tele 5, no prestarían mayor atención a los contenidos en mitad de las auténticas preocupaciones económicas, técnicas, legales y administrativas. Como dice Enzensberger, "la comunicación cero no es la debilidad sino el poder de la TV". Al telespectador sería precisamente esta cualidad lo que más le atraería. Conceptos morales o de calidad están por completo fuera de lugar para juzgar el grado de salud de un programa como GH. Es necesario considerar la ingente cantidad de críticas que suscita, la masa de noticias, fotografías, conversaciones, audiencias, etc., y deducir sin más que es un producto televisivo fenomenal y cochambroso. La minimización del mensaje se corresponde con la maximización del debate y el consumo que promueve.

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