JUAN ANTONIO NICOLÁS JOCILES

Wednesday, January 17, 2007

Jóvenes, pero ya no preparados

VOLVEMOS a otro de esos momentos cíclicos en que los jóvenes y sus preferencias de ocio irrumpen en los medios de comunicación con más o menos protagonismo. En otras ocasiones ha sido generalmente algún fenómeno extraordinario relacionado con los botellones lo que detonó la atención mediática. De un tiempo a esta parte son los distintos estudios que van mostrando el espectacular incremento del consumo de alcohol y otras drogas entre los jóvenes y menores (11-14 años) los que empiezan a cundir en la preocupación de la sociedad. La novedad mayor, sin embargo, es que esta vez la recurrencia del tema juvenil ha coincidido en el tiempo con estudios y encuestas referidas a la violencia escolar, tanto entre alumnos como entre éstos y profesores. La primera impresión no por espontánea menos cierta y que he señalado en más de una ocasión es que el sistema educativo LOGSE y los botellones tienen una correlación que empieza por la cronología del nacimiento de ambos en los comienzos de la década de los noventa. En ningún caso pretendo sostener una mecánica relación de causa-efecto entre cualquiera de las dos realidades.
Al sistema educativo le han venido cargando con objetivos diversos que en buena medida suplen o se sobreponen a las carencias socializadoras de una familia en crisis y en completo proceso de diversificación. La anorexia, la obesidad, la educación vial, la violencia de género o los incendios forestales sólo son ejemplos de un currículo transversal cada vez más variado e importante en los centros educativos. La figura del profesor, en paralelo, también se ha diversificado hasta verse obligado a asumir papeles de policía, sexólogo, terapeuta familiar, carcelero, dinamizador cultural, celador de la salud o guía turístico. Todo con un efecto entre intencionado y colateral de socavamiento de su autoridad y un dejar cundir sentimientos imprecisos de sospecha por ser figura ilustrada las de los docentes. Un sistema educativo con esta vocación totalizadora tiene por fuerza que ver algo -por acción, omisión o transversalidad- con la forma de ocio predominante entre los jóvenes.
El acoso y la violencia en los centros educativos no debe causar sorpresa: es un efecto pernicioso, entre otras cosas (familia, crisis de valores, mensajes mediáticos), de dogmas pedagogistas (ideológicos) sostenidos y no enmendados o cuando menos matizados: la comprensividad excesiva en las aulas, la promoción de curso automática o semiautomática, la autonomía intocable del alumno y su inmenso catálogo de derechos y sus exiguas obligaciones, la sospechosa virtud del esfuerzo, el aplastamiento sin más de la excelencia educativa, la mediocridad funcionarial y burocrática de la docencia o el clima de indisciplina en muchos centros. Los continuos resultados de nuestros alumnos en las encuestas PISA de la OCDE resultan un ilustrativo instrumento evaluador del sistema educativo. La violencia en los centros docentes no es más que la de la calle transpuesta a unos ámbitos que en buena medida han perdido su función originaria y que nos complace que parezcan la calle, lo que no ocurre con juzgados, comisarías, juntas de accionistas, asambleas diversas de socios de algo o club de fans de la foca monje. No es extraño que por tanto parecer la calle haya que 'vigilarla' policialmente en su entorno por lo del alcohol y las drogas que aspiran a introducirse.
Aunque parezca chocante, en España uno de los problemas seculares de la educación es haberla concebido en términos de utopía sublime con la que se alcanzarían todos los anhelos sociales y, por antonomasia, el de la igualdad. Esto ha hecho que la educación haya sido siempre un arma arrojadiza en manos de gobiernos que pretendían estar dando cima a la utopía sin admitir los prosaicos pero legítimos intereses ideológicos que albergaban. Como las Constituciones más o menos. En este orden de cosas y en nuestro tiempo, la escolarización masiva hasta los 16 años ha podido constituir el elemento utópico conseguido quedando postergado lo que se haga en el fondo. Términos como «igualdad» («equidad»), «integración», «comprensividad» o «diversificación» deben quedar muy matizados cuando existe una red de centros públicos y otra expansiva de concertados y la cuestión de la disciplina y la violencia escolar empieza a ser determinante en la huida de muchos padres de los centros públicos. Hay por lo demás otras diversificaciones igual de soterradas que también están consagrando la desigualdad e «itinerarios» ciegos en la legión de alumnos desmotivados, objetores escolares y fracasados. Justo cuando más pedagogismo se usa, más se busca la participación de padres, más se intenta escuchar a los alumnos es cuando más cunde el desencanto y la indiferencia crítica.
Las utopías quieren ser juzgadas por el entusiasmo, y sus promotores reaccionan mal cuando se las juzga por los resultados. De ahí que tiendan a poner en tela de juicio estadísticas de violencia, acoso e indisciplina escolar. Y que procuren maquillar datos incómodos o conceptos de fracaso. El panorama preocupante en cuanto a consumo de alcohol y drogas entre jóvenes y menores no es una realidad exenta de todo el universo juvenil convulsionado y menos del ámbito educativo donde algo tendrá que ver el fracaso de la educación en valores del sistema.

No comments: